Autor: psilva
Temática: General
Descripción: 6 —¡Dios mío! Mí nombre? ¿ He estado trabajando en su oficina tres meses y no lo conoce realmente? —No, y no quiero saberlo ahora. —Soy Lizzie Chalnersimer —Váyase, Lizzie —Me llamaba usted siempre "Señorita". ¿Por qué se afeitó la cabeza? —Así que.... —Es muy chic—dijo juiciosamente—, pero no sé. Me recuerda a un actor de cine al que odio. ¿Qué quiere decir con eso de un problema en Viena? —Nada que a usted le importe. ¿Qué hace usted? ¿Qué quiere de mí? —A usted —dijo, enrojeciendo ferozmente. —¡Quiere usted salir de aquí, por amor de Dios! —¿Qué tiene ella que no tenga yo?—exigió Lizzie; luego su cara se descompuso—. ¿No lo tengo así? Qué. Tiene. Ella. Que. Yo. No. Tenga. Sí. —Me voy a Bennington. Están fuertes en agresión, pero flojos en gramática. —¿Qué quiere decir con eso de que se va a Bennington? —Bueno, es una universidad. Creí que todo el mundo lo sabía. —Pero, ¿Qué es eso de que va? —Estoy en mi primer año. Te expulsan a latigazos a no ser que adquieras experiencia en tu campo. —¿Cuál es su campo? —Antes era economía. Ahora es usted. ¿Qué edad tiene? —Ciento nueve mil ochocientos setenta y dos. —¡Oh. vamos! ¿Cuarenta? —Treinta. —¡No! ¿De veras?—cabeceó satisfecha—. Eso si que hay diez años de diferencia entre nosotros. Muchos.
Autor: psilva
Temática: General
Descripción: 6 —Puede permitirse un asesinato al mes —murmuró el empleado majestuoso. —No.—Fisher negó con la cabeza vivamente—. Las cosas pueden arreglarse hasta ciertos límites, pero no más allá. Uno llega al punto de saturación. Ahora hemos llegado. ¿Qué vamos a hacer? —¿Pero qué demonios le pasa a Strapp?—preguntó uno de los forzudos. —¿Quién sabe? —exclamó Fisher exasperado—. Tiene una fijación Kruger. Conoce a un hombre llamado Kruger Cualquier hombre que se llame Kruger. Y se pone a gritar, a maldecir. Y lo mata. No me preguntéis por qué. Es algo enterrado que pertenece a su vida pasada. —¿No le has preguntado a él? —¿Cómo iba a hacerlo? Es como un ataque epiléptico. Ni siquiera él sabe qué sucedió. —Habría que llevarle a un psicoanalista—sugirió el forzudo. —Eso es imposible. —¿Por qué? —Tú eres nuevo—dijo Fisher—. No comprendes. —Hazme comprender. —Te haré una analogía. Allá por mil novecientos la gente jugaba a la baraja con cincuenta y dos cartas. Eran tiempos sencillos. Hoy todo es más complejo. Jugamos con cinco mil doscientas cartas en la mesa. ¿Comprendes? —Voy comprendiendo. —Un cerebro puede controlar cincuenta y dos cartas. Puede tomar decisiones sobre ese total. En mil novecientos lo tenían muy fácil. Pero no hay mente capaz de hacer lo mismo con cinco mil doscientas cartas... salvo la de Strapp. —Tenemos computadoras. —Son perfectas cuando sólo se trata de cartas. Pero cuando hay que hacer cálculos teniendo en cuenta también a los cinco mil doscientos jugadores que manejan las cartas, lo que les gusta, lo que les disgusta, motivos, inclinaciones, proyectos, tendencias, etc., lo que Strapp llama los matices, entonces Strapp es capaz de hacer lo que no puede hacer una máquina. Él es único, y el psicoanálisis podría destruir su capacidad.
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Autor: psilva
Temática: General
Descripción: 6 —Perdóneme, porfesor Muni. Planteé mal la pregunta. Debería haber preguntado: ¿Quién es la máxima autoridad en objetos históricos del siglo veinte? Antigiiedades, cuadros, muebles, objetos curiosos, piezas artísticas, etcétera. —¡Ah! En cuanto a eso no hay duda, señor Lorre. Soy yo. —Muy bien. Excelente. Ahora escúcheme bien, profesor Muni. Un pequeño grupo de hombres poderosos me ha encargado que contrate sus servicios profesionales. Se le pagarán a usted 10.000 dólares por adelantado. Usted dará su palabra de mantener la transacción en secreto. Y quedará entendido que si su misión fracasa, no haremos nada por ayudarle. —Eso es mucho dinero —dijo lentamente el profesor Muni—. ¿Cómo puedo estar seguro de que esta oferta viene de los Buenos? —Tiene mi palabra de que es en defensa de la libertad y la justicia del hombre de la calle, de los desheredados y del sistema de vida del Gran Los Angeles. Por supuesto puede usted rechazar esta peligrosa misión, y no se le tendrá en cuenta, pero piense que es el único hombre de todo el Gran Los Angeles que puede realizarla. —Bueno —dijo el profesor Muni—, dado que no tengo nada mejor que hacer hoy, salvo estudiar una cura de cáncer, aceptaré. —Sabía que podríamos contar con usted. Es usted de esa clase de hombres que hacen grande a Los Angeles. Boris, canta el himno nacional. —Gracias, pero sus elogios son inmerecidos. No hago más que lo que haría cualquier ciudadano leal, honrado y patriota del Gran Los Angeles. —Muy bien, pues. Le recogeré a media noche. Llevará usted traje de tweed, sombrero de fieltro muy bajo y zapatos gruesos. Llevará usted treinta metros de soga de escalador, prismáticos y un revólver de fisión de cañón corto. Su número de identificación será el 369. —Aquí—dijo Peter Lorre—369. 369, tengo el placer de presentarle a X, Y, y Z. —Buenas noches, profesor Muni—dijo el caballero de aspecto italiano—. Yo soy Vittorio de Sica. Esta es la señorita Garbo. Este Edward Everett Horton. Gracias, Peter. Váyase ya. El señor Lorre salió. Muni miró a su alrededor. Se hallaba en un suntuoso apartamento todo decorado de blanco. Incluso el fuego que ardía en la estufa, por algún milagro de la química, se componía únicamente de llamas de un blando lechoso. El señor Horton paseaba nervioso ante el fuego. La señorita Garbo estaba lánguidamente tendida sobre una piel de oso polar, con una boquilla de marfil en la mano.
Autor: psilva
Temática: General
Descripción: 6 a todos los Kruger. Si le libramos de una cosa, podemos destruir la otra. No podemos correr ese riesgo. —¿Qué podemos hacer entonces? —Proteger nuestra propiedad —respondió Fisher, mirando a su alrededor sobriamente.— No olvidéis esto ni un instante. Hemos trabajado mucho en Strapp para permitir que se destruya. ¡Hemos de proteger nuestra propiedad! —Yo creo que lo que él necesita es amistad—dijo la secretaria de pelo castaño. —¿Por qué? —Podríamos descubrir lo que le molesta sin destruir nada. La gente habla con los amigos. Strapp hablaría. —Nosotros somos sus amigos. —No, no lo somos. Somos sus socios. —¿Ha hablado él contigo? —No. —¿Contigo?—preguntó Fisher a la pelirroja. Esta negó con la cabeza. —Está buscando algo que no encuentra nunca. —¿El qué? —Una mujer, creo. Un tipo especial de mujer. —¿Una mujer llamada Kruger? —No sé. —Maldita sea, esto no tiene sentido. —Fisher lo pensó un momento—. Está bien. Le contrataremos un amigo y aligeraremos el programa de trabajo para que el amigo tenga oportunidad de hacer hablar a Strapp. De ahora en adelante reduciremos el programa a una Decisión semanal. —¡Dios mío! —exclamó la secretaria de pelo castaño—. Eso significa cinco millones menos al año. —Hay que hacerlo—dijo Fisher—. Se trata de aceptar esta reducción ahora o perderlo todo más tarde. Somos lo bastante ricos para aguantarlo. —¿Y cómo vas a resolver lo del amigo? —preguntó el empleado majestuoso.
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Autor: psilva
Temática: General
Descripción: 6 —Muy bien—dijo ella—. Mi hora es de una a dos. ¿Dónde nos encontramos? —Plaza Rockefeller. La tercera bandera empezando por la izquierda. —Qué bonito. —Tercera bandera por la izquierda. ¿De acuerdo? —Sí. —¿A la una en punto mañana? —A la una en punto—repitió Patsy. —Me reconocerás por el hueso que llevo atravesado en la nariz. No tengo apellido. Soy un aborigen. Nos reímos y colgamos. Yo salí apresuradamente de la oficina para evitar la llamada de mi mujer. No fui un hombre honesto en casa aquella noche, pero estaba nervioso. Apenas si podía dormir. Al día siguiente, a la una en punto, yo estaba esperando frente a la tercera bandera empezando por la izquierda en la plaza Rockefeller, preparando frases ingeniosas y procurando mantenerme lo más erguido posible. Sabía que Patsy probablemente me miraría un rato antes de decidirse a acercarse a mí. Me dediqué a observar a todas las chicas que pasaban intentando imaginar cuál sería. En la plaza Rockefeller durante la hora de la comida, se ven centenares de mujeres que pueden figurar entre las más encantadoras del mundo. Yo tenía grandes esperanzas. Esperé y esperé pero ella no apareció. A la una y media comprendí que no debía haber aprobado el examen. Me había mirado sin duda, y había decidido olvidarse de todo. Nunca en mi vida me sentí tan furioso y tan humillado. Mi contable se despidió aquella tarde, y en lo profundo de mi corazón no podía reprochárselo. Ninguna chica con dignidad podría haberme soportado. Tuve que quedarme hasta tarde, y pedir a la agencia de colocaciones otra chica. Poco antes de las seis sonó mi teléfono. Era Patsy. —¿Me llamas a mí o a Jan?—pregunté furioso. —Te llamo a ti—dijo ella, igual de furiosa. —¿Plaza 9-5000? —No. No existe tal número, y tú lo sabes. Eres un mentiroso. Llamé a Jan con la esperanza de que las líneas siguiesen cruzadas y que salieses tú. —¿Qué es eso de que no hay tal número?
Autor: psilva
Temática: General
Descripción: 6 no se ajusta al modelo convencional. Si se imaginan por un instante que Henry va a descubrir que el hombre que está abrazado a su esposa es él mismo, están en un error. La víbora no es Henry Hassel, su hijo, un pariente, ni siquiera Ludwig Boltzmann (1844-1906). Hassel no describe un círculo en el tiempo, terminando donde comienza el relato (para satisfacción de nadie e irritación de todos) por la simple razón de que el tiempo no es circular ni lineal, ni doble ni discoidal ni syzygono, ni longinquituo ni pendiculado. Él tiempo es una cuestión privada, como descubrió Hassel. —Quizás me equivocase—murmuró Hassel—. Lo mejor será que compruebe. Luchó con el teléfono, que parecía pesar cien toneladas y al fin consiguió comunicar con la biblioteca —¿Biblioteca? Aquí Henry. —¿Quién? —Henry Hassel. —Más alto, por favor. —¡HENRY HASSEL ! —Ah. Buenas tardes, Henry. —¿Qué tenéis sobre George Washington? Biblioteca tamborileó mientras sus instrumentos recorrían los catálogos. —George Washington, primer presidente de los Estados Unidos. Nació en... —¿Primer presidente? ¿No fue asesinado en 17757 —Por Dios, Henry. No digas tonterías. Todo el mundo sabe que George Washington... —¿No sabe nadie que fue asesinado? —¿Por quién? —Por mí. —¿Cuándo? —En 1775. —¿Cómo pudiste hacer tú eso? —Tengo un revólver.
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Autor: psilva
Temática: General
Descripción: 6 inteligencia de una analfabeta. Víctima de una violación rural, llevaba dos meses de embarazo. Esta vez, la doctora Decco se tomó molestias increíbles para conservar intacta la bolsa del feto, que fue situada en un matraz lleno de fluido amniótico. Mediante microcirugía, Cluny unió el cordón umbilical a una máquina que aportase una nutrición equilibrada al feto. Era un método tan investigado que, para entonces, ya se le podía calificar de Procedimiento Estándar. Pero era la primera vez que se utilizaba el engañoso Maser potenciador. Nunca se sabrá cómo lo hicieron. Krupp y Decco eran los únicos que estaban al tanto, y el secreto murió con ellos en Ganímedes. De todos modos, Cluny tuvo un breve encuentro con uno de los ejecutivos de Cosmotrón, que debe permanecer en el anonimato. En la cama, sostuvieron la siguiente conversación: —Escucha, Cluny, a veces el doctor Krupp y tú habláis en susurros de algo llamado “Pofmecra”. ¿Qué es eso? —Un acrónimo. —¿Qué significa? —Has sido un encanto conmigo. —Y viceversa. —¿Puedo darte tratamiento de ejecutivo? —Ya lo soy. —¿No se lo dirás a nadie? —Ni al presidente Gesellschaft en persona. —Potenciación Fetal Generada con Maser por Emisión Conjuntiva de Radiación. —¿Cómo? —Como lo oyes. Hemos utilizado algunos de nuestros desechos radiactivos. —¿Para qué? —Para potenciar un feto durante la gestación. —¡Un feto! ¿Dentro de ti? —¡Demonios, no! Es un niño probeta que flota en un vientre Maser. Lo decantamos hace unos nueve meses, ya está casi listo.
Autor: psilva
Temática: General
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Autor: psilva
Temática: General
Descripción: 6 —Sí, pero... hay apartamentos en esta ciudad con piano —objetó él—. Debe de haber centenares, como mínimo. Entra en razón. ¿Por qué no vives en uno de ellos? —¡Jamás! Me gusta mi casa. Me he pasado cinco años decorándola, y es maravillosa. Además está el problema del agua. Él asintió. —El agua es siempre una pesadilla. ¿Cómo te las arreglas? —Vivo en la casa de Central Park donde guardaban los modelos de yates. Queda frente al estanque de los modelos de yates. Un sitio encantador, y lo tengo muy arreglado. Podríamos llevar allí el piano entre los dos, Jim. No sería difícil. —Bueno, no sé, Lena. —Linda. —Perdóname. Linda. Yo... —Pareces bastante fuerte. ¿Qué era lo que hacías antes? —Era luchador profesional. —¡Vaya! Sabía que eras fuerte. —Bueno, pero ya no soy luchador. Entré a trabajar de camarero y luego me introduje en el negocio de los restaurantes. Abrí uno en New Haven. Se llamaba "The Body Slam", quizás hayas oído hablar de él. —No, lo siento. —Era muy famoso entre la gente del deporte. ¿Qué hacías tú antes? —Era investigadora de BBDO. —¿Qué es eso? —Una agencia de publicidad —explicó ella con impaciencia—. Ya hablaremos de eso más tarde, si te quedas. Yo te enseñaré a conducir, y trasladaremos el piano y hay unas cuantos cosas más que yo... pero pueden esperar. Después podrás seguir hacia el sur. —Bueno, Linda, no sé... Ella cogió las manos de Mayo. —Vamos, Jim, sé un deportista. Puedes quedarte conmigo. Soy una cocinera magnífica, y tengo una encantadora habitación para huéspedes...
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